La Verea es camino1, familia2, Tinajo3, basalto antiguo4, cenizas5, atlántico6 y dejarse la piel7; una declaración de intenciones8.





La Verea es camino
La Verea es un proyecto vital trazado en la tierra oscura de Lanzarote. Un camino angosto que nos conecta con los pasos que nos trajeron hasta aquí y con los que aún nos quedan por dar.
La Verea es una declaración de intenciones. Es paciencia, porque la uva no entiende de prisas. Es constancia, quizá resiliencia, porque aquí nada se detiene; el atlántico nunca cesa frente a las rocas; los vientos cálidos nunca dejan de soplar. Y es intuición, porque en cada decisión que tomamos –desde los quehaceres de la vid hasta las complejidades de la elaboración– hay algo que no se puede medir, solo sentir.
La Verea es familia

Este camino empieza en el corazón de Tinajo, en una zona llamada Hoya la Perra. Aquí crecen cepas con más de 100 años de vida de malvasía y listán negro. Esta viña la trabajaba mi abuelo, Juan Cabrera Cabrera. Él me llevaba en burro y carro desde Tajaste cuando yo era un chinijo. Mientras él cuidaba la tierra —con su espalda curvada, sus manos curtidas y su sombrero viejo—, yo jugaba en las parras sin darme cuenta del papel que jugarían él y aquellas excursiones al viñedo en mi vida, sin entender todavía lo que significaba ese lugar.
Hoy, más de cien años después de que esas cepas echaran raíz, este trozo de tierra todavía sigue en pie y no solo nos da las uvas con las que elaboramos nuestros vinos: nos da identidad. Porque antes de ser La Verea, fuimos niño y abuelo entre cepas centenarias y rocas de lava.




La Verea es Tinajo
En Tinajo, los muros de piedra de La Verea se aferran al suelo como si supieran que esta isla no regala nada. Nuestra bodega está hecha de cenizas y viento. Nos recibe sin rituales, sin adornos, con la sencillez de lo genuino y auténtico. Como los vinos que elaboramos en ella.
Nuestra bodega está diseñada para una vinificación de mínima intervención. Cada detalle, desde la arquitectura que favorece la gravedad como aliada natural hasta la disposición funcional de los diferentes recipientes y espacios, responde a un único propósito: conservar la pureza varietal y poner en valor el potencial de las variedades autóctonas de la isla cultivadas en condiciones extremas.

La Verea es
basalto antiguo,
cenizas y atlántico
La influencia del Atlántico, la escasa lluvia y los suelos de Lanzarote, moldeados por cenizas y basalto antiguo, marcan el carácter de todo lo que nace en la isla y convierten estas uvas en un milagro. Todo, aquí, es improbable, un testimonio de resistencia.








La Verea es dejarse la piel
Desde niño he visto cómo todo aquí exige dejarse la piel. Trabajar la viña es un acto de perseverancia que se vive con la tierra bajo los pies y el cielo como testigo. En La Verea cultivamos nuestras parras siguiendo los sistemas tradicionales, sobre suelos volcánicos y antiguos, pobres en materia orgánica, que honran el trabajo manual y la incansable dedicación del viticultor, que ha aprendido a dialogar con esta tierra exigente como nadie.

La Verea es una
declaración de intenciones
Sabemos que no basta con observar; hay que sentir, experimentar, disfrutar del placer de crear, con honestidad y sin ataduras. Así son nuestros vinos; auténticos y llenos de matices que evocan el carácter irrepetible de las uvas de esta isla.

Nuestros vinos fermentan en huevos de hormigón y se crían durante 10 meses en un proceso que exige paciencia y atención absoluta.
Observar no es solo mirar. Observar es entender la fragilidad del instante, revelar el cambio imperceptible, descifrar la vida que sucede en los detalles más pequeños. Estar allí, siempre, cada mañana, para entender que el vino es estar en presente pero, sobretodo, intuir en clave de futuro.


